CON LÓPEZ OBRADOR
El CEO empírico
Por Manuel Guillén
Tomado de: Replicante, cultura crítica y periodismo digital
AMLO es una pieza importante en la consolidación de
un movimiento contestatario en México, cuya mayor cualidad ha sido la de
plantear en la plaza pública la terrible forma estructural de la nación
mexicana: la insostenible brecha entre la opulencia y la miseria; entre el
frívolo dispendio y la carencia consuetudinaria.
Introducción: Con López Obrador, a pesar de López
Obrador
En una entrevista que diera a finales del 2011,
como parte de su renovada presencia en la vida política del país (en una
especie de preludio bombástico de su final personal), Carlos Fuentes expresó
que a él le hubiera gustado una izquierda liderada por Marcelo Ebrard para el
actual proceso electoral, puesto que veía en él las cualidades para encabezar
un estilo socialdemócrata de gobierno que ha funcionado muy bien en países como
Brasil. Dijo entonces que no se pudo, que ni modo, que iríamos con López
Obrador, a pesar de López Obrador.1
Con la agudeza que le caracterizaba, Fuentes fue
certero en su aserto. Andrés Manuel López Obrador es una pieza importante en la
consolidación de un movimiento contestatario en México, cuya mayor cualidad ha
sido la de plantear en la plaza pública la terrible forma estructural de la
nación mexicana: la insostenible brecha entre la opulencia y la miseria; entre
el frívolo dispendio y la carencia consuetudinaria. La afirmación de la
inmovilidad social por una capa cupular que no comprende que, a la larga, ellos
también serán perjudicados por su necia reticencia a participar en un proyecto
de nación con una mayor justicia en la repartición de la riqueza. Dígase lo que
se diga sobre su persona, su trayectoria y sus intenciones políticas, López
Obrador ha pasado ya a la historia como el gran vocero de esta realidad; nadie
como él lo ha gritado a los cuatro vientos: México es un país insostenible tal
y como ha sido configurado en los últimos cien años (él, incluso, ha ido más
lejos: en los últimos quinientos años).
Sin embargo, su vocación contestataria es
autolimitativa. No tiene todas las cualidades de un estadista y se queda corto
en los detalles y pormenores de la estructura societal alternativa a aquella
que con toda justeza se ha dedicado a denunciar a lo largo y ancho del país.
Asimismo, muestra una importante carencia didáctica para exponer de manera simple
y contundente aquello que con pertinencia arenga: sí, por supuesto que en
México hay una estructura social piramidal: ¿en qué consiste?; sí, sin duda,
las instituciones están amañadas: ¿cuáles son las causas y consecuencias de
ello?; sí, qué duda cabe, la pobreza creciente y endémica favorece la
desintegración estatal: ¿cómo y por qué? Él no se detiene a responder
pormenorizadamente estas preguntas. Le basta y le sobra con decir a voz en
cuello, en un lenguaje popular e incluso folclórico, los fenómenos más vistosos
que las acompañan. Es, digámoslo así, un orador de la punta de los icebergs.
Esto es así porque no conoce maneras alternativas
de comunicación, por más que en un acto de solidez estratégica sus allegados,
encabezados por Marcelo Ebrard, le hayan recomendado suavizar y matizar su
discurso para la actual contienda electoral. López Obrador no es un rijoso,
como las campañas sucias de ayer y de hoy han querido hacer creer,2 incluso su
propia fe cristiana es algo que le impediría la promoción de un estallido
social con todas las de la ley; simplemente su esencia es ser un líder popular
dedicado a despertar conciencias a grito pelado. Es allí donde se siente
realmente cómodo, allí es donde se explaya y regodea, donde sabe que algo de lo
que dice queda en la mente de su audiencia.3 Es, ante todo, un luchador social,
que por azares de la maltrecha izquierda mexicana ha llegado incluso a gobernar
la ciudad más grande (de) la república y una de las más grandes del continente.
Su impronta es claramente de centro izquierda con
el atractivo de un discurso denunciatorio de lo que ya no puede ser más: la
forma arcaica, estamental y piramidal de un país que pretende ser un jugador
global en un mundo funcional, veloz, horizontalizado e híperconectado.
Sin embargo, y contrario a lo que se pudiera
pensar, posee una cualidad invaluable para el político que aspira a un cargo de
mando de elección popular: sabe rodearse de gente notable que solventen las
carencias de su propio estilo de autoridad, y sabe aprender de sus errores en
la elección de sus colaboradores. En este sentido, y en las palabras precisas
de Fernando Turner, es un “CEO empírico”,4 quien sin poseer los instrumentos
científicos de los administradores de empresas de altos vuelos, tiene una
amplia capacidad para reconocer algo muy importante en un directivo: las áreas
en las que él no es competente y tiene, en consecuencia, que apoyarse en
profesionales que sí lo son. Esto lo aprendió por la vía dura de haber tenido,
durante su gobierno de la Ciudad de México, los casos de alta corrupción de
algunos de sus colaboradores cercanos, quienes rindieron cuentas ante las
autoridades correspondientes y fueron juzgados por los tribunales competentes.
Por eso ahora su gabinete propuesto importa y mucho. Es el único candidato que
lo ha dado a conocer y eso abona al escrutinio público de quienes serían los
ciudadanos clave para la gestión de las políticas públicas de México; es lo
menos que se esperaría de quienes aspiran a gobernar: que pusieran a la luz
pública a su equipo de gobierno; lo contrario es propio de estilos opacos,
autoritarios y antidemocráticos de hacer política. El gabinete propuesto por
López Obrador revela un término medio entre las tendencias dominantes en el
mundo globalizado y la retoma de los principios sociales del viejo Estado de
Bienestar.5 Su impronta es claramente de centro izquierda con el atractivo de
un discurso denunciatorio de lo que ya no puede ser más: la forma arcaica,
estamental y piramidal de un país que pretende ser un jugador global en un mundo
funcional, veloz, horizontalizado e híperconectado.
En suma, la adhesión al proyecto político de la
izquierda unida, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, debe ser vista más
allá de su persona. Él ha sido una pieza clave de esa izquierda y ha sido
invaluable como despertador de conciencias de clase y como formador de cuadros
de apoyo político para el proyecto centro-izquierdista nacional, especialmente
entre las clases populares urbanas y rurales y, como ahora es del todo
evidente, entre aquellos que forman su criterio juvenil profesionalmente. Pero
el proyecto de nación que él ha expuesto6 (en ocasiones incluso pálidamente, en
especial ante los grandes medios masivos de comunicación), va mucho más allá de
los principios que le ha asignado y cuyos ejes principales de combate a la
corrupción, elevación generalizada del nivel educativo y mejora sustancial de
la redistribución de la plusvalía vía los mecanismos del Estado, constituyen
únicamente la declaración de principios inicial para la consecución de una
nación que pueda mutar de manera acelerada a la actual forma del mundo
occidental: provisional, cambiante, epistémica y con plena libertad de
elección. Y, a pesar de los muchos que le han regateado esta virtud, el PRD,
Andrés Manuel López Obrador y los partidos y movimientos a él asociados, son
los únicos que han puesto sobre la mesa estos temas ineludibles para la vida
nacional. Así, revisaré a continuación en breve tres aspectos cardinales de la
propuesta de la Izquierda Unida: la cuestión política, la cuestión social y la
cuestión económica.
1. Política y angelología
Sin duda la izquierda mexicana es imperfecta, posee
casi nula herencia marxista y neomarxista académica, muy tarde se dio cuenta de
que en el resto del mundo los movimientos progresistas no combatían de frente
al neoliberalismo, sino que aprovechaban su inevitabilidad globalizada para
incrustar en él políticas públicas redistributivas eficaces; en muchas
ocasiones se ha mimetizado con las formas arcaicas del ejercicio del poder en
México y echa mano con frecuencia de los cuadros formados en la era del que
fuera, en la práctica, el partido único de México: el autoritario,
corporativista y corrupto Partido Revolucionario Institucional que gobernó al
país durante casi siete décadas. Debido a esta circunstancia México sigue aún
en el periodo de transición del autoritarismo a la plena democratización de
todos los ámbitos de la vida. Ésa es la razón fundamental de que incluso los
cuadros progresistas y contrarios al que fuera el partido único sean escisiones
de él. La oposición real a éste funcionó históricamente como disidencia (y el
ejemplo del movimiento democratizador de 1988 es claro en este sentido), cosa
que no hace sino poner de manifiesto la operación monolítica del poder bajo el
autoritarismo, cuya usurpación de la vida política produjo una cultura de mando
difícil de desterrar y que aún hoy se encuentra lastrada por prácticas del
viejo régimen, como el clientelismo, las prebendas y el peso excesivo de las
personalidades carismáticas, lo mismo en los políticos de izquierda que en los
de derecha.
Algunos críticos no han sabido leer esta
circunstancia y lanzan ataques constantes contra las personalidades
individuales, asimiladas a los partidos opuestos a la herencia del
autoritarismo, que en su momento se formaron y trabajaron dentro de él. Eso es
no comprender la capacidad que tuvo el antiguo régimen para permear la
totalidad de la acción política de la nación durante casi un siglo entero. Nos
encontramos en un periodo transitorio en el que las personalidades políticas
determinantes siguen siendo, de manera notable, bifurcaciones del añejo status
quo. Al respecto, consideremos el siguiente esquema:
Forma histórica del poder político en México
Lo que la imagen pone de manifiesto es el núcleo
político omniabarcante que se construyó en el país durante prácticamente todo
el siglo XX. A partir de éste puede comprenderse todo lo demás. Todo tipo de
pensamiento crítico, disidencia y oposición política se ejerció bajo su
impronta. Incluso la actividad guerrillera, constante durante décadas en el
país, con su alta marginalidad y radicalización contrasistémica, tuvo ligas con
el monolito priista, en la medida que muchos de sus cuadros dirigentes fueron
formados en las universidades públicas del país, especialmente dentro del
marxismo ortodoxo del siglo pasado.
Por ello uno de los errores más comunes en las
opiniones, análisis y reyertas mediáticas en torno a la política, es calibrarla
desde un punto de vista moralizante, cuando no moralino y, al hacerlo, perder
de vista el cariz estructural de ésta. En cambio, los actores políticos activos
en la izquierda al uso, han comprendido estar circunstancia y se han decantado,
quizá de manera puramente intuitiva, por una de las características esenciales
de la política funcional de la modernidad tardía: el pragmatismo.7 Observemos,
entonces, lo siguiente:
Conformación general del sistema político
contemporáneo.
El pragmatismo político incluye la rehabilitación
de actores que en su momento fueron adversarios con miras a cumplir objetivos
urgentes, siendo el mayor de ellos la obtención del poder. Por eso están
desencaminados los llamados moralistas acerca de si éste o aquel personaje
político es moralmente bueno o malo, puesto que lo que importa es la función
que ejerce en las circunstancias actuales de un partido, un movimiento o una
campaña política (en la actualidad, el blanco favorito de los moralistas es
Manuel Bartlett y su apoyo explícito a López Obrador, pero también han incluido
a Manuel Camacho Solís y al propio Marcelo Ebrard). En esta medida, la
aspiración de la Izquierda Unida, y del propio López Obrador, es que los
personajes que vienen directamente del priismo se adhieran a los postulados de
su programa de trabajo y que cumplan con la función estratégica que se les ha
asignado. Esto tendrá que filtrarse, por supuesto, por los controles a la
corrupción cupular que el movimiento izquierdista ha consignado como uno de sus
pilares para el desempeño político, mediado por un seguimiento puntual del
desempeño de los políticos importados del antiguo régimen. Con todo esto en
mente, puede afirmarse que los desgarramientos de vestiduras políticos,
analíticos y periodísticos son, en suma, productos tanto de la forma antigua
del sistema político como de la magra tradición democrática mexicana, justo
como lo expresó en su momento Enrique Krauze: “En un país donde los políticos
tienen poca experiencia parlamentaria y se concentran en la ideología,
cualquier cooperación con un opositor genera a menudo acusaciones de traición”.8
2. El controvertido luchador social y el lema “El
Estado somos todos”
Desde la esquina de Avenida Juárez, en el Centro
Histórico de la Ciudad de México, y hasta el cruce con el Anillo Periférico, a
la altura de la Fuente de Petróleos, Paseo de la Reforma es una romería. Carpas
gigantes, gente que va y viene, niños jugando, adolescentes romanceando;
pancartas, carteles, bocinas, megáfonos, consignas, comida casera, el pasear de
los reporteros; los bailongos, los juegos de ajedrez, los grupos de ancianos
tomando café, las turbas de políticos, organizaciones sociales y comunidades de
interés que se apersonan día tras día en el mayor plantón jamás visto en la
Ciudad de México y, para el caso, en el país entero. Estamos en el verano del
2006.
El tristemente célebre evento de resistencia civil
pacífica, comandado por Andrés Manuel López Obrador tras la resolución del
Tribunal Federal Electoral para no realizar un recuento voto por voto de los
resultados de la elección presidencial que llevó al poder a Felipe Calderón
Hinojosa por un muy estrecho margen, fue visto siempre, por tirios y troyanos,
bajo la óptica estrecha del aburguesamiento nacional (esto incluye a la real
burguesía y a los numerosos aspirantes clasemedieros a ella). Para que esa
percepción prevaleciera entonces como ahora, un factor determinante fue el
propio López Obrador, quien nunca supo o nunca quiso explicar con todas sus
letras la verdadera razón de ser de ese evento socio-político masivo: la
contención de un estallido social de consecuencias imprevisibles.9 No lo hizo
por la sencilla razón de que, admitirlo, era admitir que estaba en la cresta de
la ola de un movimiento social que lo rebasaba como líder. Pero eso era algo
que se pudo haber aprovechado políticamente, puesto que la alienación
multitudinaria que padece la sociedad mexicana y su concomitante halo de
violencia social contenida es algo que, en puridad, ningún político es capaz de
solventar en el corto plazo.
Diversos hechos que en su momento fueron
registrados sustentan esta circunstancia problemática: hubo alteraciones de
actas, pérdida de boletas ya votadas y amagos de cierres de casillas en
diversos municipios de Hidalgo, Veracruz, Guerrero, Chiapas y Tabasco. En señal
de protesta por este tipo de eventos se realizó una quema de credenciales de
elector en Atenco. Boletas en la basura que habían sido favorables a su
candidatura fueron encontradas en Milpa Alta o en el Bordo de Xochiaca, en
Neza, y en la propia Ciudad de México, como en los distritos 17 y 10 de Álvaro
Obregón y Miguel Hidalgo, donde también se encontraron urnas violentadas.10
Todo esto, junto con el cerradísimo resultado de la elección, fue generando un
clima de descontento generalizado entre los numerosos seguidores de López
Obrador que veían en él a un verdadero regenerador de la vida nacional; alguien
que, por los menos, afirmaba su existencia, en tanto que comunidad excluida de
las grandes decisiones nacionales, como problema político a resolver. Éste
detonó con el megamitin del 16 de julio en el Zócalo de la Ciudad de México:
Los millones que han ido al Zócalo [en el verano
del 2006] o que hacen guardias en los 300 consejos distritales traen en sus
mochilas muchas demandas que, hasta ahora, han sido sistemáticamente ignoradas
por los gobiernos neoliberales. Demandas contra el desempleo, los bajos
salarios, la pobreza, el deterioro de los servicios sociales populares, el
desastre del campo, la creciente pobreza de las mayorías. Han encontrado en
AMLO su vocero y depositado en él su confianza, como hace mucho no lo habían
hecho con ningún otro dirigente.11
A los pocos días de iniciado un proceso de
movilización que ya no tenía marcha atrás y ante la expectativa de la
resolución institucional para llevar a efecto o no el recuento de todos y cada
uno de los votos de la elección, una consigna sonaba cada vez con más
frecuencia entre los ciudadanos que se sentían agraviados: “Si no hay solución,
habrá revolución”. Algo que algunos sectores importantes de la gente en torno a
la Coalición por el Bien de Todos comenzó a tomar muy seriamente. En este
ambiente social enrarecido dio comienzo el macrobloqueo el día 31 de julio.
Ya con el bloqueo de una de las principales
avenidas del país en marcha los dirigentes de la Coalición comenzaron a
identificar los principales focos rojos de violencia contenida dentro del
plantón: los campamentos de Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Tabasco hablaban cada
vez más de toma de carreteras, sabotaje a pozos petroleros, paralización del
aeropuerto internacional de la Ciudad de México, lucha directa al fin. Gente como
Los Macheteros de San Salvador Atenco, la Coalición de Organizaciones
Democráticas Urbanas y Campesinas, maestros de Oaxaca y Frente Popular
Revolucionario, estaban a muy poco de, en verdad, levantarse en armas.12 Andrés
Manuel López Obrador lo sabía y su astucia de movilizador social dio una salida
psicológica a la presión que se vivía en torno a su movimiento: les dijo que se
quedarían indefinidamente en las calles de la Ciudad de México, al tiempo que
publicaba su versión diplomática de las cosas en el New York Times.13
En efecto, el Estado somos todos, como dice uno de
los eslóganes programáticos de la Izquierda Unida.18 Pero López Obrador ni
entonces ni ahora ha sabido explicar esto con contundencia;19 se limita a decir
que las instituciones son de los poderosos y que no sirven al pueblo.
En efecto, toda la situación en torno al plantón de
Reforma, y el largo silencio en relación con los verdaderos motivos de éste,
puso de manifiesto una de los defectos más acusados y acuciantes de López
Obrador: su tendencia a la afirmación rápida, contundente, sin contexto, ligada
a la ocultación de los engranajes decisorios que lo han llevado a actuar de
maneras específicas a lo largo de su trayectoria como líder popular. Esto le ha
traído muchos malentendidos, ha encendido iras y, sobre todo, ha sido utilizado
en su contra para magnificar la fantasía derechista en torno a su persona, que
lo tacha como el revoltoso número uno de la nación, como no ha habido uno igual
desde los tiempos de Francisco Villa. Sin duda esto fue mucho más grave en la
campaña del 2006 que en la actual, pero esta inclinación perniciosa para su
imagen permanece. Basta recordar su famosa invectiva, en relación con el
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, tras la resolución en contra
de hacer un recuento masivo de los votos que hicieron que perdiera la
Presidencia de la República ante Felipe Calderón: “¡Que se vayan al diablo con
sus instituciones!” A lo que sólo añadió el escueto contexto: “Hacer a un lado
todas las instituciones caducas, corruptas chatarras, que no sirven para nada,
a fin de ser el pueblo quien gobierne”. Desde entonces un sector importante de
la opinión pública no ha dejado de machacar con que esto es prueba firme de su
mesianismo, de su populismo y de su desprecio por la vida institucional. Así,
por ejemplo, Enrique Krauze ha dicho que “El populismo es una adulteración de
la democracia. Lo que el populista busca —al menos esa ha sido la experiencia
latinoamericana— es establecer un vínculo directo con el pueblo, por encima, al
margen o en contra de las instituciones, las libertades y las leyes”.14
Pero no. El caso es que el entonces candidato de la
Alianza por el Bien de Todos tenía razón. El único problema con su dicho es que
carecía de contexto y de argumentos explícitos que lo sustentaran. Pero una
realidad estudiada de tiempo atrás por los teóricos de la política es,
justamente, el estatus social de las instituciones en un tiempo y un lugar
determinados. En las condiciones de la política moderna, en la que desde la
Revolución francesa se afirma que la soberanía radica en el Pueblo, se faculta
a éste para que modifique las instituciones sociales de acuerdo con sus
necesidades: las constituciones más importantes establecen que éste puede
cambiar la forma de su gobierno, ya sea por medios pacíficos o violentos. El
cambio como constitutivo de lo político fue, de hecho, la gran mutación social
que introdujo el republicanismo francés de hace poco más de doscientos años en
todo el mundo occidental.15 En términos de la política de la modernidad
consolidada, esto se expresa en términos de la capacidad de inclusión que el
sistema político tiene para todas las demandas de la ciudadanía, sin distinción
cualitativa entre aquellos que se ostentan como ciudadanos. Consideremos la
siguiente figura:
Bajo las circunstancias cambiantes, de aumento
sostenido de presupuestos sociales y de exigencia de plena funcionalidad
política, el sistema político se encuentra bajo la fuerte presión de procesar a
la velocidad requerida los motivos, problemas y procesos que se hayan en su
entorno; es decir, de dar cabida a las necesidades imperiosas del resto del
sistema social. Una de ellas, urgente, es la descomposición de las amarras
sociales tradicionales en torno al trabajo, la convivencia pacífica y la
estabilidad de la vida cotidiana. Al encontrarse en un entorno financiero
caótico, con una estructura socio-política anquilosada y con altos niveles de
negligencia y corrupción gubernamental, cada vez más, sectores muy numerosos de
la población mexicana se encuentran fuera de los beneficios del sistema social;
hay un gradiente creciente de exclusión y marginalidad social. Esto es
contundente en la vida económica, donde la economía informal y la economía
criminal ganan terreno a pasos acelerados a la economía regimentada. Pero
también lo es en materia política, puesto que muchas de las instituciones
representativas del Estado han sido rebasadas por las demandas ciudadanas,
debido a que su estructura, básicamente formada bajo la égida del régimen
piramidal del partido único, no tiene la capacidad de adaptarse con la rapidez
necesaria para llevar a efecto una inclusión medianamente aceptable de los
requerimientos ciudadanos. Esto es lo que se ha llamado “inadecuación de la
representatividad”:
La idea de Transición Democrática que impulsó la
dinámica social e institucional mexicana de los últimos 25 años se basó en que
la estructura social se complejizó de tal manera que fue necesario reformular
la estructura política que organiza nuestra sociedad. Es, en principio, un
claro problema de inadecuación de la representatividad respecto de una nueva
constitución de la estructura social; pero al mismo tiempo, se convirtió en un
problema constitutivo, es decir, que esta necesaria reformulación de la
representación, fue también una reorganización de los espacios constituyentes
de la sociedad.16
Esto es, las instituciones no son, o no deben ser,
monolíticas; son cambiantes, mutables, deben estar hechas para servir a la
ciudadanía, para lograr la inclusión del mayor número posible de demandas
ciudadanas. No son, como en el paradigma medieval, monolitos puestos en la
Tierra por la divinidad y, sí, si no sirven, si han caducado, si sólo operan de
manera reiterativa o, peor aún, para el beneficio de una minoría irrisoria, en
efecto, se deben ir al demonio… para construir nuevas instituciones, plenamente
funcionales, eficaces, inclusivas, adecuadas a los requerimientos acuciantes de
una sociedad en descomposición y de un Estado con numerosos focos rojos
entrópicos que pudieran incluso llevarlo al lindero de su quebranto histórico
definitivo.17 Porque, en efecto, el Estado somos todos, como dice uno de los
eslóganes programáticos de la Izquierda Unida.18 Pero López Obrador ni entonces
ni ahora ha sabido explicar esto con contundencia;19 se limita a decir que las
instituciones son de los poderosos y que no sirven al pueblo. Esto es pasto
seco para la incineración pública de su persona al grito de “ahí viene el
destructor de la patria”.
3. Las definiciones de gobierno en la ruta de la
tercera vía económica
Es curioso cómo en amplios conjuntos de la
población mexicana sigue vigente una idea lanzada al vuelo en 2006 que prendió
como fuego en hojarasca, a pesar de que siempre fue una de esas equiparaciones
gratuitas, pero vistosas, que suelen hacerse en materia de propaganda negra
política: que un gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador sería como
el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Sin contexto, sin argumentos, sin un
real conocimiento de la realidad venezolana, pero con la firme idea mediática y
desinformada de que Chávez es algo así como un reyezuelo comunista costeño,
muchas personas afirmaron entonces y afirman ahora que eso ocurriría en México
con López Obrador en la presidencia.20 No obstante, más curioso aún es que en
ciertos círculos postmarxistas, postguerrilleros y postradicales de tiempos
afortunadamente idos, se le ve, simple y sencillamente, como un neoliberal;
como la rama populista de un programa de gobierno y una ideología política
heredera de los designios políticos e ideológicos del expresidente Carlos
Salinas de Gortari.
En verdad, no es ni lo uno ni lo otro, aunque
ciertamente su propuesta tiene claros vínculos con estrategias económicas
ineludibles en la realidad contemporánea, que a continuación comentaremos.
Antes de entrar en materia, conviene aclarar que, una vez más, su falta de
contundencia y su recurrente cuidado retórico ante sus audiencias cautivas ha
llevado a que las clases medias, azuzadas por un cúmulo de campañas oficiales y
no oficiales tendenciosas y que explícitamente buscan desinformar, se hayan
formado la imagen de que lo que supuestamente propone AMLO es un gobierno
comunista, contrario a la propiedad privada, enemistado con Estados Unidos y
ajeno a los programas contemporáneos de integración económica. Ven en López
Obrador a una especie de guerrillero de los setenta, cuando en realidad es un
centro-izquierdista pragmático del nuevo milenio. Veamos la siguiente
ilustración.
Su paso como gobernante de la Ciudad de México
refuerza esta apreciación. Al mismo tiempo que impulsó programas de asistencia
social como la ayuda para la despensa de los ancianos, la creación de una nueva
red de universidades y preparatorias públicas y la instauración de un programa
permanente de becas para estudiantes de educación básica de bajos recursos,
entre otros programas de apoyo a la economía popular como la congelación de las
tarifas del Sistema de Transporte Colectivo, Metro (algo que siempre ha estado
en vilo desde que el Distrito Federal ganó autonomía administrativa respecto de
la Federación), y de la red de autobuses urbanos, RTP, en los que, además, el
pasaje es gratuito para los ancianos. Esto, que quizá pudiera parecer magro y
que sin duda se tiene que perfeccionar con el tiempo, era algo inédito en la
Ciudad de México hasta antes de su Administración. Fue parte de una política
que, con los apretados recursos disponibles (hay que recordar que aunque la
Ciudad de México es una de las tres entidades que más recursos aporta a la
Federación, no se le asignan recursos en la misma medida),21 sentó las bases de
un modelo de inclusión social, sostenido y expansivo; algo que ha sido
continuado con éxito por el sucesor de López Obrador, Marcelo Ebrard Casaubón.
Los elementos de la inclusión social experimentada
en la capital de la república se apegan a los términos tradicionales del
bienestar social durante el siglo XX, y así lo ha expresado el colaborador de
López, Juan Ramón de la Fuente, propuesto por él para encabezar la Secretaría
de Educación Pública, en caso de ganar: “Progresismo significa ampliar espacios
para la participación ciudadana en el diseño y la ejecución de las políticas
públicas”.22 Éste es el flanco “socialista” del estilo de gobierno de López
Obrador. El otro es el flanco “neoliberal”, que ha incluido la promoción de una
intensa participación del sector empresarial en desarrollos urbanos de gran
envergadura, cuyos ejemplos más vistosos fueron la construcción de vías
automovilísticas elevadas, o “segundos pisos”, en algunas de las avenidas clave
de la capital, así como la remodelación, limpieza, reconstrucción y
relanzamiento público del Centro Histórico de la Ciudad. Esta combinación de
políticas públicas en la que, con una administración eficaz de los recursos
disponibles, se cubren algunas de las demandas participativas de todo el
espectro social (apoyos económicos directos para las clases depauperadas, mejoras
urbanísticas para las clases medias y participación financiera para los
potentados), ha resultado ser benéfica a lo largo de la historia reciente del
mundo y, por más que sus adversarios de derecha tienda a descalificarla, es el
mejor modelo posible dentro del capitalismo global: la llamada tercera vía.23
Con esta visión es como López Obrador ha construido su propuesta económica de
campaña, liderada por el destacado economista de la Universidad de Cambridge,
Rogelio Ramírez de la O, y secundada por el contador egresado del Tecnológico
de Monterrey, Fernando Turner, quien además tiene una maestría en
administración pública por la Universidad de Harvard.
El plan que han diseñado para detonar el
crecimiento económico del país parte de un principio que en el fondo es muy
simple: realizar una mejor administración de los recursos disponibles para
hacer una distribución más eficiente de éstos. Es muy importante destacar que
la propuesta no implica aumento de deuda pública y sí, en cambio, una
reconfiguración radical de lo que con toda justeza López Obrador ha llamado “un
gobierno faraónico”: concretar instrumentos recaudatorios eficaces, que
incluyen la cancelación de excepciones fiscales millonarias y, un punto
esencial ampliamente estudiado por los teóricos como factor clave del
crecimiento económico en un mundo globalizado: el combate a la corrupción de
acuerdo con una prioridad piramidal;24 es decir, de la punta a la base.
Observemos, entonces, el siguiente esquema.
Es de suma importancia dejar claros los números.
Desde el día del último debate organizado por el IFE se desencadenó la polémica
por las cifras específicas del ahorro propuesto en materia de gobierno austero.
Hay varias imprecisiones en los números que ofrecen los miembros del PAN (que
incluyen a la candidata Josefina Vázquez Mota y, en claro desacato de la Ley
Electoral, al presidente Felipe Calderón y al secretario de Hacienda, José
Antonio Meade): la principal es que, con la plena intención de desinformar,
hacen un cálculo sobre el sueldo nominal de funcionarios, cuando todo el que ha
trabajado para la administración pública sabe que existe lo que se llama
“compensación” al salario que es aproximadamente el 60% del sueldo real que se percibe
mes con mes. Asimismo, hacen el sesgo de directores de área en adelante, cuando
el ajuste deberá hacerse de gerentes para arriba.25 Finalmente, se estima que
21% del presupuesto federal de México se va en prácticas de corrupción,26 por
lo que en los números del equipo económico de López Obrador el cálculo de lo
que se estima se puede ahorrar con combate a la corrupción es moderado y bien
podría integrarse lo restante como una variable más en el ahorro de un gobierno
mesurado. Podría resumirse así el proyecto económico de la Izquierda Unida:
1) La base es construir un Estado austero, teniendo
como objetivo primordial concretar una reducción de 50% a los salarios de altos
funcionarios gubernamentales, incluyendo al propio presidente, para generar así
un ahorro importante dentro del presupuesto federal, reutilizable en programas
de beneficio público.
2) Asimismo, impulsar una Ley antimonopolios mucho
más eficaz y expedita, con la finalidad de evitar la recurrencia de este tipo
de prácticas en el marco de ley, con el axioma mundialmente aceptado de que la
intensa competencia entre capitalistas es lo que promueve la competitividad
productiva y financiera de las naciones.
3) En relación con el polémico asunto de Pemex, la
estrategia de crecimiento global se replica en lo particular: eficientar la
administración de la paraestatal, combatir el pozo sin fondo de su corrupción
endémica y terminar con la rapacidad sindical, que se ha convertido en una
verdadera sangría de recursos mal utilizados.
4) La eficientización del sector petrolero
permitiría aumentar progresivamente el subsidio a los energéticos al retail;
esto ha sido muy criticado, pero la propuesta es buena y económicamente
tradicional: si se logra el ahorro en dispendio burocrático, corruptivo y
sindical, y esto se traslada a ese subsidio, sencillamente el gobierno estaría
utilizando los mismos recursos de que ya dispone de una manera más inteligente.
5) En cadena, al bajar los energéticos (que, se
entiende, es una reducción mesurada y escalonada y no dramática y en bloque,
como han malinformado críticos maliciosos), las familias dispondrían de cierto
excedente en el ingreso, por una parte; por otra, habría un estímulo real para
mantener estables precios de bienes y servicios en general y, eventualmente, reducirlos,
vía promociones y ofertas recurrentes. Esto propiciaría una economía regular en
constante movimiento, impactando de manera positiva en el consumo y en la
productividad del país.
Otro de los factores clave de la propuesta es la
creación de infraestructura, algo que AMLO practicó con éxito durante su
mandato en el Distrito Federal: en una primera fase, detonar una cascada de
empleos temporales por medio de la creación bipartita (pública y privada) de
grandes obras con la finalidad de bajar los índices de desempleo, acelerar el
consumo y reactivar la economía. En una segunda fase, se genera un cúmulo de
empleos permanentes ligados a las obras realizadas; ése es el sentido, por
ejemplo, de la intención de rehacer de manera moderna y con amplia participación
de capitales privados, nacionales y extranjeros el transporte ferroviario en
diversas regiones del país. Todo lo anterior va acompañado con una estrategia
de expansión educativa y plena inclusión tecnocientífica en el ambiente
productivo nacional, con los siguientes parámetros: una inversión meta de 2%
del PIB para ciencia y tecnología, así como la institucionalización de la
consecución de fondos nacionales e internacionales por medio de una agencia
exclusivamente dedicada a ello, fomentando vínculos claros con desarrollos
alternativos y con el sector productivo.
Fernando Turner observa así a Andrés Manuel López
Obrador, y esto ha sido la base para su convencimiento con el proyecto de
nación por él propuesto: “Lo veo como un CEO asertivo que está tomando una
empresa muy problemática: no puedes llegar diciendo que todo está bien y
haciendo las cosas como antes… Es un hombre que sabe delegar, escoger gente y
dejarlos trabajar, algo muy importante en un CEO”. Y, qué duda cabe, ningún
empresario egresado de las aulas de la Universidad de Harvard podría decir ni
la mitad de eso de alguien como Hugo Chávez. ®
Notas
1 Las declaraciones de Carlos Fuentes pueden verse
aquí, a partir del 09:17; la frase exacta que usó fue “La única posibilidad de
una renovación, a pesar del candidato, es con la izquierda”.
2 Sobre esto tenemos el ejemplo más reciente a
cargo del PAN: con un video amañado, editan un discurso de López en el que dijo
que respeta a los que han tomado las armas para modificar a la sociedad, pero
que él y su movimiento siempre optarán por la vía pacífica e institucional; el
video tramposo es tan malo que movería a la carcajada franca de no ser porque
miles de personas desinformadas lo tomarán a pie juntillas; puede verse aquí. Y
aquí la respuesta con el fragmento correctamente contextualizado.
3 Justo esto señala en un texto notable la
periodista Cynthia Ramírez: “Andrés Manuel López Obrador, la movilización
permanente” en Letras Libres 162, junio del 2012, pp. 26-31.
4 El dicho de Turner puede verse en las
declaraciones videograbadas que hizo para CNN.
5 Los integrantes propuestos para el gabinete de
AMLO, con sus respectivas fichas curriculares.
6 La síntesis de éste puede verse aquí.
7 Para un análisis pormenorizado del sistema
político de la modernidad tardía o posmodernidad véanse las obras fundamentales
sobre ello de Niklas Luhmann, ¿Cómo es posible el orden social?, México:
UIA-Herder, 2009; La política como sistema, México: UIA, 2009; “Políticos,
honestidad y la alta amoralidad de la política” en Nexos núm. 216, marzo de
1996; Teoría política en el Estado de Bienestar, Madrid: Alianza, 1994.
8 Enrique Krauze, “Los nuevos peligros de la
democracia”, Proceso núm. 1524, 15 de enero del 2006, pp. 12-14.
9 Sólo hasta ahora es que López Obrador ha hecho
una escueta precisión publica al respecto.
10 Véase “Nuevas trampas” de Jesusa Cervantes y
Jenaro Villamil en Proceso núm. 1549, 9 de julio de 2006.
11 Véase Enrique Semo, “Movimiento en gestación” en
Proceso núm. 1551, 23 de julio de 2006, pp. 66-68.
12 Al respecto, véase Gloria Leticia Díaz y Rosalía
Vergara, “El repudio” en Proceso núm. 1553, 6 de agosto de 2006, 12-15; en el
mismo número, véase “Crispación lopezobradorista” de Leticia Díaz y Daniel
Lizárraga, pp. 18-22.
13 “Recounting Our Way to Democracy”, en la
traducción de Rogelio Ramírez de la O, hoy propuesto para ser el secretario de
Hacienda en caso de ganar la presidencia: “Our tribunals —unlike those in the
United States— have been traditionally subordinated to political power. Mexico
has a history of corrupt elections where the will of the people has been
subverted by the wealthy and powerful. Grievances have now accumulated in the
national consciousness, and this time we are not walking away from the problem.
The citizens gathered with me in peaceful protest in the Zócalo, the capital’s
grand central plaza, speak loudly and clearly: Enough is enough…”. El artículo
fue originalmente publicado en la edición del 11 de agosto de 2006 y puede
verse en esta liga.
14 Véase su ensayo “Populismo en México”, publicado
en Letras Libres en el mes de abril. Por supuesto, Krauze es un crítico fino de
AMLO (aunque, en mi opinión, equivocado), pero hay otros más obvios y
viscerales; aquí unas muestras: Javier Sicilia; Leo Zuckerman(artículo, además,
sesgado y parcial; los subsidios, como se explicará más abajo no se solventarán
con deuda pública, sino con ahorro y redistribución del gasto gubernamental);
Gilberto Guevara Niebla, y, por supuesto, Pablo Hiriart.
15 Para un análisis pormenorizado de este cambio de
paradigma político véase Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, México:
Siglo XXI Editores-UNAM-CIICH, 2005.
16 Confróntese Rodolfo Uribe Iniesta, Dimensiones
para la democracia. Espacios y criterios, México: UNAM, 2006, p. 21.
17 Al respecto véase el ya clásico artículo de Sam
Quinones, “State of War” en Foreign Policy núm. 171, marzo/abril de 2009, donde
plantea con todas sus letras que México está al borde de ser un Estado fallido.
Puede verse la versión electrónica del mismo en esta liga.
18 Algo que, por lo demás, se ha estudiado desde
hace mucho tiempo, especialmente a partir del trabajo seminal de Hermann
Heller, Teoría del Estado, original de 1934, México: Fondo de Cultura
Económica, 1987.
19 Un ejemplo que, si todo hay que decirlo, fue
incluso bochornoso de esta parálisis escénica para explicar con firmeza sus
polémicos dichos cuando está fuera de su elemento multitudinario, lo pudimos
ver en su participación en el programa Tercer Grado de Televisa el pasado 6 de
junio: desde que comenzó el programa se vio terriblemente tenso y, una vez más,
sólo insistió en que las instituciones no sirven al pueblo como deberían
hacerlo. Por supuesto, ¿pero por qué es esto así, señor López? El programa
completo se puede ver aquí.
20 Entre otras cosas, Chávez viene del poder
militar que en Venezuela tiene una larga historia antidemocrática, él mismo es
un teniente coronel, el país tiene una riqueza petrolera muy superior a la de
México, no colinda con Estados Unidos, etcétera; pero sobre todo, Andrés Manuel
López Obrador jamás contaría con el respaldo militar, social y político para
una intentona relectoral (y ya ni decir con que no contaría con el respaldo del
gobierno estadounidense). Eso no está en el horizonte de su proyecto político.
Aquellos que con frivolidad o con mala intención han comparado a López con
Chávez simplemente han reditado el cuento del “coco” para las mentes
infantilizadas de la población teledirigida de México.
21 Sobre esto puede verse la siguiente liga al
sitio de la ALDF.
22 La definición la hizo en el marco de la
presentación de su propuesta educativa; se puede ver en la esta liga.
23 Un panorama detallado sobre esta opción de
gobierno se puede ver en el ya clásico ensayo del sociólogo inglés Anthony
Giddens, La tercera vía, Madrid: Taurus, 1999.
24 Dentro de la amplia bibliografía al respecto
puede verse los siguientes análisis: Frank Anechiarico, “La corrupción y el
control de la corrupción como impedimentos para la competitividad económica” en
Gestión y Política Pública, vol. XIX, núm. 2, II semestre del 2010, pp.
239-261; Guillermo Cejudo, Gilberto Sánchez y Dionisio Zabaleta, “El (casi
inesistente) debate conceptual sobre la calidad del gobierno” en Política y
gobierno, vol. XVI, núm. 1, I semestre del 2009, pp. 115-156; John Gerring,
Peter Kingstone, et al., “Democracy, History, and Economic Performance” en
World Development, vol. 39, núm. 10, 2011, pp. 1735-1748; Stephan Haggard y
Lydia Tiede, “The Rule of Law and Economic Growth: Where are We?” en World
Development, vol. 39, núm. 5, pp. 673-685.
25 Además, por supuesto, de una serie de gastos que
no se integran en los presupuestos oficiales, puesto que están en otras
partidas o en las “cajas chicas” de las instituciones públicas como son premios
de puntualidad o de desempeño, bonos de productividad, ayuda para transporte,
servicios médicos particulares, gasolina, vales de despensa, viajes con altos
viáticos, renta de vehículos y aeronaves, publicidad personal, pago de
asesores, consultorías, edecanes, comidas “de negocios”, “invitados especiales”
a las giras internacionales, etcétera.
26 Anechiarico, obra citada, dice: “La corrupción
equivale a un ‘impuesto’ a la inversión extranjera directa, de modo que la
cantidad creciente de corrupción equivale a un impuesto de 21 por ciento a la
inversión en México”, p. 243.